Manuel Ramos, conocido en sus inicios como el grafitero Glub, es un artista cuya obra traza un puente entre la inmediatez del arte urbano y la profundidad conceptual de la abstracción geométrica. Su trayectoria es un testimonio de evolución sin renuncia: comenzó su andadura en los años 80, cuando el graffiti en Madrid era aún un acto de desafío y resistencia, y ha logrado trasladar esa energía y espontaneidad al rigor formal del arte contemporáneo.
Aquellos primeros años como grafitero marcan su producción actual de un modo evidente. Hay en sus lienzos un cierto quehacer furtivo, un apresuramiento en la ejecución que se remonta a la necesidad de rapidez y eficiencia que exigía pintar en la clandestinidad. Pero su filiación con el mundo del graffiti va mucho más allá de lo técnico: es conceptual. Ramos es, en esencia, un artista post-punk que se ha apropiado de la geometría con el mismo espíritu con el que recorría las naves industriales abandonadas y los no-lugares de la periferia urbana.
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Desde un punto de vista estilístico, su obra actual se despliega en varias líneas de trabajo, que él mismo ha denominado “Geometría Rígida“, “Geometría Abstracta Mínima” y “Geometría Abstracta Transparente“. La primera es una exploración de formas geométricas precisas, un espacio donde la composición resuena con la claridad de Mondrian, pero con un latido menos dogmático. Mondrian buscaba una armonía absoluta; Ramos, en cambio, introduce una vibración interna que descoloca la rigidez, la vuelve permeable, la llena de vida.
Su “Geometría Abstracta Mínima” remite a la búsqueda esencial del Suprematismo de Malévich, pero, a diferencia de la frialdad casi cósmica del ruso, Ramos infunde en sus piezas una pulsión más humana, una sensibilidad que parece estar en constante estado de transformación.
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Sin embargo, es en su “Geometría Abstracta Transparente” donde se hace más evidente la influencia de su pasado urbano. Inicialmente, estos efectos de transparencias y degradados fueron concebidos digitalmente, pero la necesidad de trasladarlos al lienzo lo llevó a experimentar con pintura en aerosol. Este medio no solo le permitió alcanzar la sutilidad de transiciones cromáticas que buscaba, sino que también le devolvió el placer táctil de su juventud, cuando el espray era su herramienta de expresión primaria. Aquí, su conexión con artistas como Jesús Rafael Soto o Carlos Cruz-Diez se vuelve inevitable: ambos exploraron el movimiento óptico y la percepción del color, pero mientras ellos lo hicieron desde la precisión científica, Ramos lo hace desde la intuición y la inmediatez.
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Ramos enfrenta la geometría como lo haría un action painter: sin cálculo, sin premeditación, pero no sin reflexión. Hay en su manera de abordar la abstracción una confianza en el proceso, un dejarse llevar que lo emparenta con Jackson Pollock. Sin embargo, en lugar del caos gestual del dripping, Ramos canaliza su energía en una geometría orgánica, sensible y matizada. Sus obras no buscan la neutralidad de la forma pura, sino que contienen una vibración interna, una especie de epifanía inesperada que surge del cruce entre el azar y la estructura.
Lo que hace que su obra sea verdaderamente fascinante es su capacidad para dinamitar la monotonía del arte normativo sin renunciar a la estructura. Hay un espíritu punk en su aproximación al constructivismo, una voluntad de romper con la tradición desde dentro. En ese sentido, su trabajo puede leerse como una reivindicación de la libertad dentro de la norma, una rebelión que se manifiesta en la manera en que sus formas dialogan, se diluyen y emergen en un juego continuo de tensiones y equilibrios.
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En definitiva, la obra de Manuel Ramos es el resultado de una síntesis inesperada: la intuición del graffiti y la lógica de la geometría, la inmediatez del espray y la meditación sobre la forma. Su pintura es un recordatorio de que la abstracción geométrica no tiene por qué ser fría ni calculada; puede ser visceral, sensible, incluso lírica. Y es en esa sensibilidad donde reside la singularidad de su propuesta, una que sigue evolucionando sin perder nunca el pulso vibrante de sus orígenes.
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