Con ocasión de la celebración del 103 cumpleaños de la gran pionera de la abstracción geométrica latinoamericana, Geometricae ha tenido la oportunidad de entrevistar telefónicamente la artista cubana, que a pesar de su edad sigue con entusiasmo su carrera artística recientemente impulsada por un tardío descubrimiento por parte de las principales colecciones y museo del mundo.
Entrevista de Gianfranco Spada.
Usted nació en el seno de una familia de intelectuales cubanos, y si no me equivoco su padre era un gran amante del arte y pintor aficionado.
Mi primera experiencia con el arte fue en el hogar de mi infancia entre los cuadros de mi padre y las conversaciones con los amigos de familia, grandes conocedores arte.
¿Cómo fue su niñez?
De mi niñez tengo recuerdos felices y alegres aunque mi familia sufrió las consecuencias directas de la guerra de independencia ya que mi abuelo era coronel del ejército español mientras que mi padre luchaba en el bando de los independentistas. Mi abuelo y mi padre no se hablaron durante años. La adolescencia la pasé bajo la sangrienta dictadura de Gerardo Machado y mis hermanos universitarios formaban parte de los movimientos opositores que conspiraban contra el gobierno. Luego con el actual gobierno revolucionario Con el gobierno revolucionario cubano también hemos sufrido mucho. Mi padre Antonio que había fundado el periódico El Mundo en La Habana, tuve que clausurarlo por orden de Fidel Castro. Toda mi familia se tuvo que exiliar y, en 1961, mi hermano Antonio fue condenado a 20 años de cárcel en La Cabaña, la fortaleza militar donde el Che tenía su cuartel general.
¿Cuándo decidió ser pintora?
He pintado desde pequeña aunque mi gran ambición fue ser arquitecta, pero en mis años de estudiante la universidad encadenaba una huelga tras otra y no había manera de estudiar una carrera tan rigurosa. Recuerdo que me reunía con algunos amigos y juntos tratábamos de aprender, mirábamos a Europa y la Bauhaus, comprábamos todos los libros que podíamos. Luego ese interés por la arquitectura me llevó a la geometría minimalista.
¿Cuándo tuvo su primera exposición?
Fue en 1937 y la organicé yo misma con un grupo de amigos. Tenía solo 23 años y como no había galerías en aquella época, decidimos colgar los cuadros de los árboles en un parque de La Habana. Tuvo mucho éxito de público. Recuerdo que presenté un Cristo crucificado en una esvástica que hacía referencia al ascenso del nazismo de Alemania.
En 1939 se instaló en Nueva York, ¿Cómo fue su encuentro con la Gran Manzana y sus círculos de artistas?
Todo en la ciudad, incluido el mundo del arte poseía una energia fresca y talentosa. Al principio el arte que descubrí y que me entusiasmó fue el de artistas como Stuart Davis y Georgia O’Keefe. También conocí artistas de la escuela Aschan, un movimiento que consistía en retratar la vida de las personas en situaciones cotidianas, pero no le veía mucho interés. Luego, ya durante la segunda guerra mundial empecé a frecuentar a los expresionistas abstractos como de Kooning, Klein, Gorky, Newman, o Matta, y descubrí algo completamente nuevo. Era un mundo artístico muy novedoso y dinámico y sentía que estaba en medio de algo histórico, original, casi revolucionario.
¿Y en 1939 también conoció a su gran amor Jesse Loewenthal?
Sí le conocí en La Habana, estuvimos casados 61 años, hasta su muerte en el 2000. Pienso mucho en mi marido, me apoyó tanto y durante tantos años, siempre tuvo fe en mí como pintora. Siento mucho que no llegó a ver mi éxito.
¿Fue la época en la que empezó su amistad con Barnett Newman y Wifredo Lam?
Sí, ambos fueron grandes amigos míos. Con Barney y Ana Lee, su esposa, nos reuníamos muy frecuentemente, él fue compañero de universidad de mi marido Jesse. Al principio mis conocimientos de inglés eran rudimentarios y apenas podía participar en las conversaciones, solo entendía frases sueltas, pero poco a poco fui entendiendo más.
Barney era un auténtico intelectual, tremendamente culto y brillante y su mujer fue fundamental para su carrera. A veces cuando se sentía desmotivado y pesimista decía que lo iba a dejar todo e que se iba a dedicar a ser un simple maestro de escuela y Ana puntualmente le recordaba que ella se había casado con un pintor, y que se quería cambiar de profesión tenía que también cambiar de mujer.
Wifredo era cubano como yo, a las neoyorquinas resultaba bastante exótico y cuando estaba por Nueva York mi teléfono no paraba de sonar, todas le buscaban.
También ha vivido en Paris, ¿Cómo era la vida artística de Paris comparada con la de New York?
En París descubrí al grupo del Salón des Realités Nouvelles con quienes participé en varias exposiciones y conocí artistas dedicados al arte abstracto geométrico. Fueron años muy buenos, había artistas de todas partes del mundo, un ambiente propicio en el que pude desarrollar mi estilo sin presiones, con una infinita sensación de libertad. París era mágico en aquellos tiempos.
¿Se relacionaba con otros artistas?
El mundo del arte en aquella época era pequeño y accesible. Un día comía con Wifredo Lam y por la tarde, en la tienda de pinturas, me encontraba con Braque. Marie Raymond, la madre de Yves Klein era muy amiga mía, éramos vecinas, ella también era pintora, y su padre también, de hecho recuerdo como ambos pintaban usando el mismo caballete, una por un lado y el otro por el otro. Todos éramos pobres y no podías permitirte grandes lujos pero qué buena vida nos dimos…
Muchas veces en La Coupole o en el Café de Flore coincidía con Picasso aunque yo lo evitaba a toda costa. Todos los que le conocían acababan pintando como él, en fin como ves nos conocíamos todos.
La crítica habla de usted como “el descubrimiento de la década”. ¿Qué siente cuando lee esto?
Me siento muy agradecida de estar viva para vivirlo. Lo único que sé hacer bien es pintar, y siempre he hecho lo que quería, tranquilamente, sin ninguna presión por hacerme famosa. Así pude pintar y desarrollar mis ideas, con serenidad, a mi paso y a mi manera.
¿Dicen que vendió su primera obra a los 89 años?
Esporádicamente vendía cosas o intercambiaba obras pero no fue hasta 2005 cuando empecé a vender más en serio a coleccionistas importantes. Lo que ocurrió en 2004 fue que me introduje en el mundo comercial, pero yo siempre había tenido buena aceptación entre los críticos. Ese año el galerista Frederico Seve había anunciado una exposición con tres artistas mujeres concretistas, pero una de ellas se echó atrás en el último momento. Entonces, mi querido Tony Bechara, que era amigo suyo, le enseñó algunas de mis obras y pasaron a formar parte de la muestra. Coleccionistas como Ella Fontanals-Cisneros, Estrellita Brodsky y Agnes Gund compraron piezas mías. Luego el MoMA de Nueva York adquirió un cuadro, y la Tate de Londres otro.
¿Cree que su condición de mujer latinoamericana ha sido un freno para su consagración?
En mi época, mi género y mi nacionalidad fueron un impedimento y en ocasiones el rechazo me dolía e indignaba, pero lo único que podía hacer era seguir trabajando. Ahora, gracias al esfuerzo de muchas mujeres, las cosas ha cambiado bastante, y mi reconocimiento es la prueba.
¿Cómo ha cambiado su vida desde que es famosa?
Puedo estar en mi casa y en mi taller con ayuda y seguridad para vivir cómoda en mi ambiente y seguir pintando. El reconocimiento para los de mi generación no es gran cosa, es sobre todo un fenómeno contemporáneo.
Nunca en mi vida tuve idea del dinero y pensaba que la fama era una cosa muy vulgar y al final de mi vida estoy recibiendo mucho reconocimiento, para mi sorpresa y mi placer.
Es cierto que ya no pinto como antes pero sí que intento hacer dibujos. Porque qué voy a hacer si no, ¿morirme? Por las mañanas, después de desayunar, me siento en la mesa que está junto a la ventana. Trabajo todos los días, es una compulsión que también me da placer, para mí es tan natural como respirar, lo llevo haciendo casi un siglo. Además, cuando una hace lo que le gusta no lo considera trabajo.
¿Cual es su rutina diaria?
Lo primero que hago cuando me levanto es dar gracias a Dios porque tengo un día más para vivir y pintar. Trabajo hasta la hora de comer con mi asistente ecuatoriano Manuel que me ayuda con los lienzos más grandes. Bueno sobre las once de la mañana interrumpo para tomarme un scotch whisky o una copita de champán, al que me he aficionado últimamente. Muchas veces también me acompaña mi viejo amigo, el artista puertorriqueño Tony Bechara. Fue él, como presidente de la junta del neoyorquino Museo del Barrio, quien organizó mi primera exposición individual en 1998.
¿Cómo se enfrenta a una obra nueva?
La línea recta es, para mí, el principio y el final, empiezo mis cuadros con una línea recta horizontal o vertical y a partir de ahí surge todo los demás. Se trata de un proceso de organización que sigue los dictados de la razón, siempre busco la solución más sencilla, más depurada, más pura y esencial. La ejecución visual está contenida dentro de la latitud permitida por la orden así establecida. Es un proceso de elección entre innumerables posibilidades, y me decanto por aquella que equilibre la razón y la ejecución visual. En mi visión pictórica hay poesía, y la geometría es la estructura que la sustenta.
¿Cómo ha cambiado el mercado del arte, desde que usted empezó hasta ahora?
El mercado, parafraseando a Churchill, es “un acertijo, envuelto en un misterio”. En los últimos años algunos de mis cuadros han llegado hasta los 2,5 millones de dólares y esto es una locura.
¿Cuáles son sus proyectos artísticos para el futuro?
Pintar, pintar, pintar…