23/1 29/2 2020
Sol Del Río | Ciudad de Guatemala | Guatemala
El uso de la palabra es el modo habitual para comunicarnos. Sin embargo, otros factores están presentes siempre: las culturas forman percepciones, un tono de voz puede insinuar aprobación o crítica, el lenguaje corporal transmite mensajes. En resumen, la comunicación es más que el simple diálogo.
En el ámbito de las artes plásticas, el malentendido primordial es que la pintura y la escultura deben comunicar algo “real”. Solemos dejar esta interpretación al uso de razón, que trata como “ilógico” todo lo que no comprende. Se olvida que el arte trata con un lenguaje diferente que tiene su propia sintaxis, fundamentado más en las sensaciones que en la mente.
Mis pinturas y construcciones no comunican un mensaje específico. Esto no significa que son arbitrarias o sin razón. Nacen de un contexto personal e histórico, utilizando un vocabulario de formas geométricas. El conjunto es el equivalente de mi autorretrato. No puedo extraerme de mis obras; tampoco soy la única fuente de su significado. Igual que una conversación que tiene su propia dinámica y se enriquece por el intercambio de varios puntos de vista, el sentido de mis obras se encuentra en las asociaciones y percepciones que armonizan o se diferencian de las mías. Aunque sea yo el que produzca las imágenes, otros las ven con ojos y apreciaciones diferentes.
Pienso que para concebir una obra de arte contemporánea uno debiera comenzar prestando atención a lo que tiene en frente. Los budistas tienen un dicho que “es mejor ver la cara que oír el nombre”. El hecho de prestar atención genera una experiencia anterior a la formación de una idea. Poner nombre a la experiencia tiene su valor, pero frecuentemente el nombre es de importancia secundaria.
Percibo que tengo una cierta habilidad con los espacios y sus relaciones. Admiro el color, pero lo utilizo como el instrumento para crear contrastes. Esta preocupación con los espacios y su relación es lo que vincula mi obra con la arquitectura y la coreografía. Si tuviera que sintetizar mi obra en pocas palabras, diría que es una estructura arquitectónica con sugerencia a la danza.
Las dos construcciones, “Formal” y “Menos Formal”, tratan de ilustrar mi manera de trabajar. Las dos piezas tienen la estatura de una persona. Esto fue intencional, el deseo de confrontar una obra de mi propia dimensión corpórea. La primera maqueta en cartón fue de una figura recta y mesurada. Luego, vino la idea de hacer otra figura menos formal, algo así como una precaria casa de naipes. Este contraste visual me ha fascinado a lo largo de mi carrera, llevándome a pensar que nuestras inspiraciones son relativamente pocas y las vamos refinando durante toda la vida.
Las dos construcciones tienen una cierta gracia y se complementan, pero la menos sobria posee una energía especial. Suelo asociar esta preferencia por la belleza no convencional a una fuente personal. En el siglo XVI el estilo arquitectónico Barroco fue fuertemente criticado porque rompía las normas establecidas por el Renacimiento. Los críticos apodaron al nuevo estilo “perla deformada” (“barocco” en Portugués) por su dramatismo formal, que contrastaba con la sobriedad renacentista. Pero, la novedad del Barroco compaginaba muy bien con la originalidad de la nueva Compañía de Jesús y los Jesuitas abrazaron el estilo.
Varios siglos después, enfrentamos otro reto de percepción. Muchos artistas han reconocido la potencialidad de la pintura y la escultura más allá de la representación exacta de imágenes o escenas. Ciertamente los avances en la ciencia y la tecnología han sido estímulos para explorar el color y la forma como elementos independientes dentro de las artes visuales.
Soy heredero de esta exploración formal que equilibra la razón con los sentidos. Si las obras llegan a tocar las experiencias de otras personas, si provocan una emoción o producen una asociación, es posible que estas pinturas y esculturas sirvan al propósito de una verdadera comunicación, un diálogo que intente comprender la realidad.
Dennis Leder