4/3 – 4/4 2021
Museo Zabaleta-Miguel Hernández | Quesada | España
La exposición reúne más de sesenta obras, muchas de ellas inéditas, realizadas bajo las técnicas de gofrado y collage, se compone de dos series: La flor de nieve y El vuelo del ruiseñor, de líneas geométricas y depuradas.
En la muestra podrá verse además una obra que Jaume Rocamora donó al museo quesadeño en la década de los 70 del pasado siglo, cuando visitó por primera vez el municipio serrano para acercarse a la obra de Zabaleta. Es precisamente de esta visita se donde viene el nombre de la muestra.
Jaume Rocamora lleva trabajando más de un año en esta muestra, para la que ha creado expresamente la colección de collages titulada El vuelo del ruiseñor. “Cumplo un antiguo sueño al exponer en Quesada, al cerrar las vivencias de juventud y además homenajear, en primer lugar, a Rafael Zabaleta, pero también a Basilio Rodríguez Aguilera, por su buen trabajo de difusión de la cultura de su pueblo”, ha señalado el artista.
Se trata de obras llenas de ritmo, equilibrio y elegancia, con predominio de la línea y el plano. Su técnica se basa fundamentalmente en el gofrado, que consiste en producir un relieve en el papel por el efecto de la presión, de una calidez formal y material empleada por el autor en toda su trayectoria.
La obra de Rocamora (Tortosa, 1946) se nutre de la escuela suprematista, movimiento artístico fundado por el artista ruso Malévich a principios del siglo XX, basado en la utilización de formas geométricas, sobre todo el cuadrado y el círculo. Los artistas que siguieron este estilo evitaban cualquier referencia de imitación de la naturaleza recurriendo a módulos geométricos y el uso a blanco y negro.
“Será al albur de esta fecunda estela cuando Rocamora sustituya los pinceles por el bisturí, los lienzos por los cartones, y emprenda un itinerario fecundo por la abstracción geométrica que dará a conocer en 1978 en el Ateneu Barcelonès en la exposición Els Cartrons i Rocamora. Materies primes. Lo excepcional del caso pasa por comprender cómo un creador radicado en una
localidad alejada de los circuitos del arte, Tortosa, fue capaz de mantenerse original y fiel desde tal aislamiento y regalarnos un sinfín de series de collages, gofrados y relieves.
Seguramente son aquellos condicionantes, el empleo de materiales de producción artesanal –papeles de epidermis entramadas y verjuradas, y de gramajes generosos– y la disciplina del taller –como un místico en su celda–, los que confieren la mayor originalidad a sus creaciones y los que conducen su exquisita geometría de hemisferios contrapuestos por derroteros más amables.
Un logro que es más evidente en sus obras monocromas, allí donde el color expandido, el “blanco” de la pasta de papel, queda tan solo alterado por las delicadas permanencias de una geometría, casi invisible, de aristas definidas por la impronta del troquel y por las penumbras generadas por los insignificantes relieves de las estructuras en repetición. Estas variaciones son síntesis de sentimiento y articulación, de meditación y cálculo, que se alumbran en un acto de construcción y tienden a desvanecerse –dado que se nos priva de la experiencia táctil–, frente a nuestra mirada esquiva. Insisto: “El color en volumen desarrollándose en el espacio adoptando formas sucesivas.”.
Termino este breve comentario con un párrafo de Giralt-Miracle inserto en el catálogo de la exposición Les variacions Rocamora o Flor de neu, una muestra que tuve la oportunidad de coordinar para el Museo Francisco Sobrino de Guadalajara: “Rocamora continúa una narración que no tiene fin, que le permite seguir generando variante, que no dejan de ser unos poemas llenos de ritmo, equilibrados y elegantes. Unos poemas geométricos escritos con su vocabulario: el de las líneas, los ángulos, los volúmenes, el contraste de texturas, las luces, las sombras…, que estampando sobre la pasta de papel adquiere una sensualidad más acusada si es posible.”.
En consecuencia, olvidemos las imbricadas teorías de Malévich o de Fontana, y disfrutemos de el hermoso y poético itinerario que aquí se nos propone, y, como inmersos en un paisaje nevado, quedemos deslumbrados por la multiplicidad de la sencillez, por la sugerencia de lo sutil, por la infinitud del “blanco” sobre blanco”.
Pedro José Pradillo