El cineasta ruso Serguéi Dovlátov (19941-1990), en su libro La maleta, cuenta la anécdota de como recibió en regalo una chaqueta del pintor Fernand Léger.
De Serguéi Dovlátov | Traducción de Gianfranco Spada
Una vez vi un documental sobre París durante la Ocupación. Por las calles iban muchedumbres de refugiados. Me convencí de que los países esclavizados se asemejan. Todos los pueblos subyugados son gemelos…
En un instante se desmorona el cascarón de tranquilidad y bienestar de la persona, en el acto se descubre su espíritu herido y huérfano.
Transcurrieron unas tres semanas. Sonó el teléfono. Cherkasova había regresado de París. Me dijo que venía.
Compramos halva y galletas.
Ella parecía rejuvenecida y algo misteriosa. Las celebridades francesas resultaron ser más generosas que las nuestras. La recibieron de buen agrado.
Mamá preguntó, “¿Cómo eran los vestidos en París?”
A lo que Nina Cherkasova respondió, “Como consideran oportuno”.
Entonces nos habló de Sartre y sus increíbles rabietas. De los ensayos al Théâtre du Soleil. De los problemas familiares de Yves Montand.
Nos entregó los regalos. Para mamá un esquisto bolso de noche. Para Lena un juego de cosmética. Para mí una vieja chaqueta de pana.
Sinceramente, yo estaba algo desconcertado. La chaqueta reclamaba evidentemente limpieza y reparación. Los codos brillaban. Le faltaban botones.
Vi que tenía trazas de pintura al oleo en la manga y la solapa.
Incluso pensé que hubiera sido mejor que me trajera una estilográfica. Pero dije en voz alta, “Gracias. No se tenía que haber molestado.”
Yo no podía gritar: “¿Dónde pudiste adquirir tal antigualla?”. La chaqueta era realmente vieja. Si se confía en los carteles soviéticos, tales chaquetas las llevan los parados americanos.
Cherkasova me miró un poco de manera extraña y dijo, “Esta chaqueta perteneció a Fernand Léger. Él tenía aproximadamente tu complexión”.
Yo pregunté con asombro, “¿Léger? ¿el mismo Léger?”
“En cierta ocasión estuvimos muy unidos. Luego tuve amistad con su viuda y le hablé de tu existencia. Nadia se subió al armario, sacó esta chaqueta y me la dio. Me dijo que Fernand en su legado, le pidió que estuviera en amistad con todo tipo de bohemios”.
Me puse la chaqueta. Me sentaba bien. Se podía llevar encima de un jersey abrigado. Era algo semejante a un abrigo corto de otoño.
Nina Cherkasova se quedó con nosotros hasta las once. Después llamó un taxi.
Durante mucho tiempo observé las manchas oleosas de pintura. Ahora lamentaba de que fueran tan pocas. Sólo dos: en la manga y en la solapa. Me puse a hacer memoria: ¿qué sabía yo de Fernand Léger?
Era un hombre alto y robusto, un campesino normando. En 1915 partió al frente. Allí cortaba el pan con una bayoneta manchada de sangre. Los dibujos del frente de Léger están impregnados de terror.
Más tarde, como Maiakovskij, luchó con el arte. Pero Maiakovskij se mató de un tiro y Léger permaneció en pie y triunfó.
Soñaba con dibujar en los muros de los edificios y en los vagones de los trenes. Medio siglo más tardes los pandilleros de Nueva York cumplieron sus sueños.
Creía que la linea era mas importante que el color. Que el arte, desde Shakespeare a Edith Piaf, vivía de contrastes.
Sus palabras preferidas eran: “Renoir representaba lo que veía. Yo represento aquello que entendía.”
Léger murió comunista, habiendo caído una vez por todas por el más grande charlatanismo de todos los tiempos.
Llevé la chaqueta unos ocho años. Me la ponía en ocasiones especiales y solemnes. Aunque la pana se desgastó tanto que las marcas de pintura al oleo desaparecieron.
Pocos sabían que la chaqueta había pertenecido a Fernand Léger. Difícilmente se lo contaba a alguien. Me resultaba muy agradable guardar este conmovedor secreto.