21/3 -30/7 2018
Grand Palais – RMN | Paris | France
París recupera por primera vez en 30 años la obra del pintor checo Frantisek Kupka, héroe nacional de la abstracción, para mostrar a las nuevas generaciones el trabajo y carácter de un hombre de su tiempo, místico e insolente, perseguido por una fuerte espiritualidad y un gran sentido de la moral.
La exposición, que acoge el Grand Palais hasta el próximo 30 de julio, muestra cerca de 300 obras del artista, incluyendo acuarelas, dibujos, manuscritos y una amplia colección de periódicos y enciclopedias ilustrados por él, que no temió retratar a los más poderosos y denunciar la miseria que veía a su alrededor.
“Kupka (1871-1957) es un héroe de la abstracción en su país natal, en la República Checa -explicó a Efe la comisaria de la exhibición, Brigitte Leal-. Es un artista extremadamente complejo: su período de figuración y abstracción confluyeron con todo tipo de fuentes: literarias, filosóficas, musicales, espiritual y científica”.
Nacido en Bohemia, una de las regiones históricas de la República Checa, Kupka llegó a París en 1896, por lo que el auge de las vanguardias artísticas le pilló ya como un artista consolidado y más viejo que la generación de la abstracción geométrica que triunfó en los años 30.
“Fue un hombre solitario, muy independiente, que criticó todos los “ismos” del Vanguardismo, que se sucedieron con una rapidez fulgurante a principios del siglo XX, así que, realmente, no formó parte del cubismo, ni del futurismo y asumió muy tarde la abstracción-creación”, señaló Leal.
Con una vasta cultura humanista, vegetariano, espiritista -ejerció como médium durante su juventud en Praga-, “anticapitalista y violentamente anticlerical”, según le describe Leal, las ideas esotéricas quedaron reflejadas en su obra junto a las corrientes filosóficas de la época.
Una visión que se apreció desde sus inicios en la pintura, como en “Meditación”, una introspección con alusiones al pensamiento de Friedrich Nietzsche, o “La voz del silencio”, clave en sus primeras reflexiones sobre la pintura no figurativa, que se exhiben ahora en el Grand Palais.
A pesar de su carácter autónomo, en su estudio de Puteaux (pequeña localidad al oeste de París), recibía frecuentemente a los artistas de la época, como Marcel Duchamp o Francis Picabia, y todos los domingos organizaba debates intelectuales.
“Era un hombre perseguido por una forma de espiritualidad pero también muy anclado en su tiempo que, sin ser militante, se guió por una moral profundamente humanista”, destacó Leal.
Su temor a exponer, por miedo a que le copiaran -firmó su primer contrato con un galerista a los 80 años-, influyó en su distanciamiento de nombres mundialmente conocidos como los pintores Kasimir Malevitch, Vassily Kandinsky o Piet Mondrian.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Kupka era ya una de las figuras de referencia del Salón de Nuevas Realidades, donde se exponían todas las tendencias del arte abstracto, concreto, constructivista, y no figurativo, cuando algunas revistas le citaban incluso como uno de los fundadores del arte abstracto.