José María Baez, Fernando Clemente, José Miguel Pereñíguez, Fernando M. Romero
1/2 – 1/4 2018
Fundación provincial de artes plásticas Rafael Botí | Córdoba | España
La geometría, surgida de la observación de la naturaleza y localizable en tantos registros a lo largo de los tiempos, se hizo aún más presente en la vida cotidiana de la sociedad a partir del siglo XX. La ordenación del territorio y el diseño de nuestras viviendas y ciudades, el mobiliario urbano y los enseres domésticos y de uso que nos rodean se nutren de principios y combinaciones geométricas. El arte no tardó en ser receptivo a esta situación. En el periodo de entreguerras de esa centuria la geometría (para Piet Mondrian, para Josef Albers, para Moholy-Nagy, para Pevsner, para Taeuber-Arp…), era un referente ideológico vital, un método para encauzar nuestra psique hacia un nuevo escenario emocional. La pintura y escultura de estos artistas, argumentada sobre manifiestos y programas metodológicos, pretendía incrementar nuestra percepción hacia un universo racional. Tras la Segunda guerra mundial pareció que esos anhelos eran abordables. La ciencia y la tecnología facilitaron el encuentro entre historia y evolución e hicieron asequible la convicción del progreso, como proclamaban las propuestas visuales de Max Bill, de Ellsworth Kelly o de tantos artistas latinoamericanos (y, entre ellos, el primer Hélio Oiticica aún aceptando su posterior deriva hacia lo precario y lo inestable). Después, en la década de los sesenta, el minimalismo fue el concepto artístico sobre el que se sustentó la teoría del despojamiento. En esta tendencia el arte geométrico, tecnológicamente objetivizado, se ofrecía como modelo nutriente. Su extremado ascetismo rechazaba todo atisbo retórico.
Hoy las cosas han cambiado y los parámetros vigentes hasta ahora parecen obsoletos. La realidad es impostada y se nos dice que formamos parte de una ficción. La forma de construir nuestro presente es parte de una representación; el futuro aparece desdibujado, al igual que las certezas. Todo queda tamizado por la idea de confusión y provisionalidad y cualquier arbitrariedad encuentra su argumentario. ¿Puede entonces la geometría seguir siendo una opción útil en el arte? ¿Puede explicar nuestro mundo, su incertidumbre? ¿Puede reflejar la corrupción del lenguaje y las mixtificaciones políticas de la realidad? ¿Cómo podemos, sin renunciar a la condición heroica, diáfana y ejemplar de la geometría, documentar y narrar nuestro presente?