Entrevista de Ricard Huerta
Concha es una mujer vital y generosa. De carácter afable, nos ha abierto las puertas de casa para hablarnos de su hermano Eusebi, dos años más joven que ella. Hemos recordado los momentos de la infancia en Onil y algunas anécdotas de juventud. La fidelidad y el apoyo han sido las constantes de la relación entre los hermanos Sempere. Concha rememora, con pinceladas resueltas, toda una serie de experiencias que demuestran la intensa complicidad que se estableció entre ellos. Ríe abiertamente contándonos peripecias de otros tiempos que, en realidad, fueron difíciles, tanto durante la guerra como en la posguerra. Su testimonio, próximo y cálido, nos aporta una visión realmente entrañable del artista, con referencias no comentadas en biografías y textos anteriores, como por ejemplo que Sempere prefería nuestro Jardí Botánic para ir a pintar paisajes.
¿En vuestra familia quién se había dedicado antes al arte, de qué referentes directos disponíais?
De tradición de artistas solamente un familiar había sido cantante, el tío Vicente. De antepasados o familiares pintores no teníamos ninguno. A Eusebi cuando le preguntaban: ¿Tú qué quieres ser de mayor, niño —eso que dice la gente, y como le veían tan enclenque— él siempre contestaba “Yo de mayor seré pintor”. Y pensaban que se refería a los pintores de paredes, pero él inmediatamente apuntaba: “Yo pintor, pero de cuadros”.
Tenía afición a la pintura, pero también a la medicina. Iba al hospital para pintar los cadáveres que le sacaban allí. Hacía cuadros y dibujos. Uno de aquellos cuadros lo expuso en la Sala Mateu. El pescaba fragmentos de cuerpos en la bañera de formol, miembros amputados de los cadáveres diseccionados. Preparó encima de la mesa una mano con un ramo de romero. Aún me acuerdo, había una cara y una mano con el ramo. Eran fragmentos de muerto. Aquello era horroroso… Como había que exponerlo en la Sala Mateu, yo le sugerí que pusiese un trocito de carne entre el bastidor y la tela, para que cuando se acercase la gente notase el olor, así se juntarían la vista y el olor.
Destruyó todos los cuadros que había expuesto a la Sala Mateu, parece ser que no quería recordar aquellos tiempos en Valencia y la obra de juventud que había realizado aquí.
Casi todo lo que hizo en aquellos años se ha perdido, muchas obras las destruyó él mismo. El retrató a mi padre y a mi madre, teníamos los dos dibujos en Onil. No le gustaban aquellos cuadros, nada de lo que había hecho antes de marchar a París. Era la manera como los rompía… Decía que eran demasiado perfectos, que aquello lo podía hacer una cámara de fotos. Yo rescató el dibujo al carbón de mi padre. Los dibujos los rompía, los cuadros desaparecían. Había uno de un torero de perfil, que también desapareció. El decía: no sé dónde puede estar aquel torero. Si no le gustaba lo rompía.
Vosotros compartíais inquietudes desde la infancia.
Sí, pero yo de arte no entiendo… A él siempre le gustó la pintura. Durante la guerra, en Onil, si alguien moría le pedían que hiciese un retrato, a partir de fotografías que le traían de familiares desaparecidos. Entonces era muy joven, tenía trece años. Ya desde que era muy pequeño, debía de tener unos tres años (aún iba al parvulario) la maestra le preguntó qué llevaba en la mano. El la había dibujado, a aquella maestra que era alta, larga, muy beata, con un rosario colgando de la mano. Le hizo tanta gracia que incluso nos lo trajo a casa para que lo Viésemos. Cuando comenzó a estudiar el bachillerato en Alcoy, nos enviaba cartas que eran dibujitos. Como aquello no le gustaba, en un dibujo aparecía el, en la cama, llorando. la lágrimas habían hecho un charco, de tanto llorar. Sólo quería volver a la casa de Onil. En Alcoy él iba al instituto y se quedaba en casa de un tío, pero volvió antes de acabar el curso.
Montaba representaciones de títeres para los niños del pueblo.
Con un teatro de guiñol que le habían traído de Madrid, y unos muñecos. Cobraba a diez céntimos la entrada. Esto lo hacía los domingos por la tarde. Con un libro que leía y unos personajes que hacía entrar con un palito iba contando historias. Tenía mucha gracia. Los niños en aquel tiempo jugaban al aro, que hacían rodar con un palo. Como nos sentábamos cerca del teatro, uno de los personajes se dobló, y con el palo de hierro del aro lo recogí. El dijo preocupado: “A ver si me lo rompes!”. Él siempre estaba pensando en qué haría, imaginando cosas.
¿Cómo era vuestra relación entre hermanos?
Nosotros nunca llegamos a discutir. El era dos años más joven que yo. Siempre nos ayudamos mutuamente, y también la familia se afanó por ayudarle. De hecho nos vinimos a vivir a Valencia por él. En las biografías siempre se dice que fue por cuestiones de política. Lo cierto es que nos quedamos sin la fábrica cuando la incautaron, pero como Eusebi quería estudiar, y esto no se le podía pagar, entonces nos vinimos a vivir aquí. Primero estábamos en Benimámet. Pasábamos muchas noches esperando el tren, ya que él venía siempre bastante tarde, aquello era horrible. En el momento que pudimos nos instalamos en Valencia, en la Plaza del Correo Viejo, por la calle Caballeros, eso quedaba mucho más cerca de Artes y Oficios y de la Escuela de Bellas Artes.
¿Qué destacarías de su circulo de amistades?
Tenía un buen amigo a quien llamaba “Voro”. Su padre era el dueño de una ferretería. Se llamaban mutuamente “Voret” y “Peret”. Eran muy amigos. Los dos estudiaban Bellas Artes), querían ser pintores. Muy a menudo iban juntos a pintar al Jardí Botànic. También frecuentaban un lugar donde leían poemas, y Eusebi decía: “Concha, de ahí al cielo!”. Estaba encantado. Un día estaban pintando en el botánico, se acercó uno de los que se reunían allá y le dijo a Eusebi: “Me han soltado el paquete”. La expresión “soltar el paquete” se refería al intento de introducir a alguien en el Opus Dei. A Eusebi todo aquel tema del Opus Dei no le hacía ninguna gracia, ya que consideraba que era una organización estricta y muy cerrada. Su amigo “Voret” se hizo miembro del Opus Dei, y se fue a Roma. Voret le escribía a Eusebi desde Roma contándole la gran suerte que había supuesto para él introducirse en la organización del Opus Dei. “Voret” no era demasiado bueno para la pintura. Con el profesor de paisaje iban al río a pintar, pero cuando Eusebi iba solo prefería el Jardí Botàníc.
¿De qué manera influyó el padre Alfons Roig en sus decisiones como artista?
El nos hablaba del padre Alfons Roig, cuando estaba aquí en Valencia y también después de haberse ido a París. Se escribían constantemente. El siempre se estaba quejando de todos los profesores, quienes querían que fuese como ellos dijesen. Para aprobar tenía que acatar lo que dijeran aquellos profesores. Sin embargo, hacia el padre Roig le unía una auténtica admiración. Eusebi no escribía ningún diario personal, pero sí que nos enviaba muchas cartas. Hemos conservado unas pocas. A él le gustaba escribir. Cuando mis hijas Irene e Imma ya fueron un poco mayores, les escribía cartas por separado, aunque fuese sólo una pequeña nota. Siempre sospechábamos lo peor. El nunca contaba las cosas malas. Cuando vivíamos en la calle del Correo Viejo él nos escribía desde París, al menos una vez por semana. Yo bajaba cada día a la portería, donde la señora dejar ha la correspondencia repartida encima de una mesa. Reconocía las cartas de Eusebi por su letra. El sólo contaba la parte buena: que habían intentado ir a ver a Picasso pero que no les recibía, aunque le habían visto en un puente de París. Durante bastante tiempo llegaron con remite del Colegio Español en la Cité Universitaire. Tampoco le gustaba demasiado la comida del Colegio Español. Madrugaba para poder coger el metro y llegar temprano a trabajar en un despacho. Aquello le daba lo justo para poder comer.
¿Eusebi era una persona afectuosa, expresaba abiertamente sus sentimientos?
Con mi madre era una cosa impresionante. La cogía y la subía allá arriba, y ella decía: “un día me vas a tirar!”. Nuestro padre era un poco ni fu ni fa. Con el tema de ser pintor le dejó hacer. En Onil siempre decían “Música, caza y pesquera, perdiguera!”, y con esto se referían al poco valor que se le daba a los oficios de artistas o a las actividades de ocio. Nuestro padre tenía también la experiencia de su hermano el tenor, que había estudiado en Roma y era famoso, y por tanto sabía que del arte también se podía vivir. Lo cierto es que mi hermano no paraba nunca, y se esforzaba por conseguir lo que quería, incluso cuando tenía que hacer frente a las opiniones contrarias de los demás.
Su hermano tenía desde pequeño problemas de Visión.
Padecía de estrabismo desde siempre. Quería operarse. Aquí tengo una fotografía que nos hicimos juntos poco después de la operación. Tenía unos veinte años. Para poder pagar la operación le hizo un retrato al médico y a la hija. Antes de esto, cuando era un niño, había tenido que llevar unas gafas que tenían un cristal oscurecido, el que correspondía al ojo sano, para conseguir que el otro se esforzara. Pero aquello no le gustaba. No quería llevarlas porque no veía bien. Un día salió de casa y volvió llorando. En el momento que había salido, al abrir la puerta, pasaba un burro que llevaba leña para el horno, una carga que ocupaba toda la calle. Eusebi entró a casa con toda la cara arañada, porque no había visto el burro que venía hacia él. Decía que no quería gafas, que eso no podía ser. Después de haber ido a Madrid a hacérselas, las llevó muy poco tiempo… Por eso no se le corrígió el estrabismo hasta que decidió operarse, a los veinte años, antes de irse a París. Llevaba gafas de sol para ocultar que era bizco. Los compañeros de estudios le llamaban “el vizconde”, por lo de bizco. Tú ya sabes como son los chicos para sacar motes. El estaba muy disgustado de que sus amigos le llamasen el vizconde. Su aspecto le frenaba bastante para ir a ciertos sitios. Y eso que le gustaba estar en todos los lugares. Una vez operado, con la ilusión que teñía, no notó gran diferencia, y le tuvieron que volver a operar.
Debía tener un carácter bastante fuerte, ya que conseguía lo que se proponía.
Yo le apoyé’ siempre. Cuando venía de la escuela de arte con el material para preparar el lienzo, yo le ayudaba. Necesitaba muchos tubos de pintura, sobre todo de blanco, y lo teníamos que aprovechar todo. Una vez salió un tubo que parecía una mayonesa cuando se ha cortado, con el aceite por un lado y el blanco por el otro. Yo le dije: “Déjamelo que yo lo utilizaré”. Mi padre iba a comprar al Mercado Central. Algunos días me ofrecía para ir yo al mercado, aprovechaba para coger un poco de dinero y conseguir comprarle algo de pintura a mi hermano. El a mi me tenía muy en consideración, de tanto que le ayudaba. Le preparaba la tela del bastidor y le pasaba la cola de conejo. Después de la guerra resultaba difícil encontrar material, y el poco que había era caro.
¿Cómo le recibió la familia cuando llegó de París con. Loló Soldevilla, su compañera cubana?
En aquel momento él lo llevaba con mucha discreción. No entró diciendo “Voy a casarme con ella”. Loló era una mujer mayor que él, mucho mayor. Eso en aquel momento no resultaba muy normal. A ella le gustaba la pintura, y tenía dinero. Como él quería hacer exposiciones ella le ayudaba. Nos trajo a casa una chica con quien si que parecía que quería casarse, la hija de unos exportadores de naranja afincados en París.
La pérdida de los padres fue vivida por Eusebi siempre en la distancia.
Para él fue un golpe realmente duro la muerte de nuestra madre. El estaba entonces en París, y en aquel momento no tenía ni carnet de identidad —creo que le había caducado—, debido a que todas estas cuestiones burocráticas siempre las descuidaba bastante. Podía llegar a tener el carnet caducado durante años. Todo lo que tenía de meticuloso para otras cuestiones, en estas cuestiones de los carnets y de los controles en general era más distraído. De hecho, cuando le avisamos de que había muerto nuestra madre el necesitaba los papeles para poder viajar, ya que las autoridades de aquí tenían muy en cuenta que en algún momento había estado en Rusia o en algún país comunista, y la policía española le tenía medio fichado. No sé cómo le verían en la taquilla para que finalmente le diesen el billete, seguramente montó un drama. Conservo un dibujo que le hizo a nuestra madre cuando estaba ya muerta, en el ataúd, vestida con un hábito de Santa Teresa. Un dibujo que no ha visto nadie. Me da un poco de terror mirarlo. Cuando murió nuestro padre no se lo dijimos, para evitar que se preocupara; fue cuando llegó a Valencia cuando se lo explicamos, pero no antes.
En la pintura de Eusebi hay un componente místico. Puede ser que esta componente religiosa proceda de su madre.
Mi madre era religiosa, le gustaba ir a misa, pero no era beata. El tampoco era
religioso de acercarse demasiado a las iglesias. Pero cuando iba a morir pidió que le enterrásemos en la iglesia de la Santa Paz de Alicante, donde también está enterrado el músico Oscar Esplá. El cadáver pasó casi un mes en el cementerio de Onil embalsamado, porque las monjas de la iglesia de la Santa Faz no querían allí el cuerpo. Ante una situación tan delicada, Abel Martín le dio a las monjas tres serigrafías, y entonces accedieron. Está enterrado en la misma iglesia, en un sitio de paso, justo a la entrada de la capilla del sudario de la Santa Faz.
Eusebi tenía amistad con Josep Mateu, el pintor y galerista que creó la mítica Sala Mateu.
Cuando se hizo allí la exposición de mi hermano, Mateu le dijo “mira chico, suerte que tengo asegurados todos los cristales de la sala, que sí no los hubiese tenido que pagar nuevos”, de tantas críticas como recibió. Sus cuadros eran muy atrevidos para aquel momento. Había unas personas mirando los cuadros y, cuando le reconocieron, dijo uno “Mira, el chico se ríe y todo”, refiriéndose al desastre que había hecho. En la Sala Mateu expuso lo que había hecho el primer año de estancia en París. El era muy perfeccionista.
En Madrid frecuentó los círculos más innovadores de su tiempo… Tenía como galerista a Juana Mordó.
Juana Mordó le llevó a él por la calle de la amargura, ya que le vendía los cuadro y apuntaba en un papelito cada venta, sin pasar al artista lo que le tocaba en metálico. Mientras tanto iba dándole un poco de dinero mensualmente. Aquella siempre barría para casa. El a veces comentaba: “Esta Juana… Fíjate, este cuadro vale tanto, y cuando lo vende sólo me da un papelito!”. Estaba de Juana hasta la coronilla.
¿Cómo se vivió en casa el encarcelamiento de Eusebi en Madrid la noche del 25 de octubre de 1971?
– No sé qué lío se armó en una sala de fiestas para que se llevaran a él y a una actriz amiga suya que siempre le había apoyado mucho. Estuvieron detenidos en la Puerta del Sol, en las dependencias del ayuntamiento, en un sótano. Les quitaron la ropa y les trataron muy mal. Pasaron la noche allí encerrados. Hace tantos años de esto… El era un hombre tímido y retraído, pero cuando se enfadaba tenía muy mal genio. Seguro que se puso furioso por algún motivo y dio algún grito que no gustó a la policía.
Eusebi era un apasionado de la música. ¿Qué tipo de música prefería?
A él le encantaba la música clásica, y dentro del clásico el barroco. Pero la música moderna también le gustaba: los Beatles, los cantautores franceses como Georges Brassens. Estuvo en un concierto de los Beatles en Inglaterra. En casa bailaba las canciones. De pequeños en casa el único de la familia que tenía discos era el tío Vicente, el tenor, que los escuchaba en una gramola de aquellas de campana. Eusebi pudo conocer allá las primeras óperas, y sobre todo la zarzuela.
Era un hombre preocupado por vestir bien, por su aspecto.
Era presumido. Me acuerdo de una temporada, cuando era joven, que me decía “Concha, me has de hacer una chaqueta, que ahora están de moda sin solapas”. Yo me atreví a hacerla para él, la llevó muy a gusto. Nuestra madre era modista, cosía pantalones y chaquetas allá en el pueblo, y ella me enseñó a coser. En casa nos hacíamos nosotros la ropa.
¿Le gustaba el cine?
Al cine íbamos él y yo, una o dos veces por semana. Mi madre nos decía “Cíneros, cíneros, que sois unos cineros”. Un actor que nos encantaba era Gary Cooper, las películas españolas no nos gustaban demasiado, preferíamos las americanas. Recuerdo que venía a Valencia una amiga de nuestros padres, de Onil, que tenía un hijo aquí estudiando para capellán, le llamaban Rosalía, y no paraba: “Mira que siempre vais juntos los dos, así nunca encontrarás novio!”.
No iba muy bien encaminada Rosalía en sus consejos, ya que Concha encontró novio y se casó. Hijas suyas son Irene e Imma, las sobrinas a quienes tanto apreciaba Sempere. Curiosamente, el marido de Concha había tenido formación musical y profesionalmente se dedicó al mundo de la publicidad. Desde Valencia, los vínculos del arte en la família Sempere se extienden, entre las personas a quien Eusebi siempre tuvo próximas.